Erase una vez una niña que después de ir a la escuela durante un curso se le atragantó una verdad en mitad de la garganta. Sus padres, preocupados
y confusos, decidieron llevarla al médico. Como éste no supo aliviar su mal, la
visitaron sin éxitos otros tantos médicos tanto de su propia ciudad como de
fuera hasta el punto de que ningún especialista del país supo encontrar el
remedio contra su atragantamiento de verdad.
Ante
este problema, sus padres decidieron hacer un llamamiento a escala
internacional. Vinieron sanadores de todas las clases y colores. Cirujanos,
chamanes, brujos, adivinos, curas y una largo etcétera. Un síntoma curioso de
su enfermedad era que “no” era la única palabra capaz de pronunciar. ¿Estás
bien? No. ¿Te encuentras mal? No.
Un
hombre venido de la Antártida le colocó un collar de muelas heladas de
cachalote alrededor del cuello, pero sólo logró crearle un importante
resfriado.
Otro
médico, esta vez alemán, propuso que se comiera de una tacada dos kilos de
salchichas. La niña negó con alaridos monosílabos, no se sabe si consecuencia
de su mal o por miedo ante el tratamiento gastronómico.
Entonces,
ante la desesperación de sus padres se hizo notar una voz dulce y serena que
provenía de un anciano indio que hasta el momento había pasado desapercibido.
Anunció que con sólo tres preguntas curaría a la niña. Todos enmudecieron. Así
que se acercó a ella y le dijo:
“¿Hay algo que te impida ser feliz?" No,
insistió ella.
“¿Vas a volver a negarte a ti
misma?” No, concluyó.
Instantáneamente, la verdad que tenía alojada en la garganta se liberó como por arte de magia hasta alojarse en su boca. Una vez allí, la niña no paraba de saborearla con gesto satisfecho. Su madre, siempre curiosa, se acercó a ella y le pidió que abriera la boca. No pudiendo negarse, lo hizo. Así que todo el mundo pudo conocer finalmente su verdad:
SOY LIBRE
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