Obedezco, luego apruebo
Entra y sale a la hora que te
digamos. Siéntate y levántame cuando te lo digamos nosotr@s (o la sirena).
Habla cuando te diga y responde lo que quiero que me digas. Si lo aceptas eres
bueno y sacarás buenas notas. Si no, eres malo y te castigaré. Aceptarlo
durante años (educación obligatoria) supone asumir altos niveles de sumisión,
humillación y dependencia contrarios al “espíritu de emprendimiento” que la
moda actual imprime en los currículos oficiales. Los obedientes sobrevivimos
con cicatrices emocionales. Los “malos de la clase” quién sabe si se han
convertidos en genios gracias a su rebeldía o aceptando la etiqueta impuesta
siguen haciendo su “travesuras”.
La verdad está ahí fuera.
¿De qué se extrañan las
autoridades educativas si los niñ@s van perdiendo la curiosidad y se vuelven
apáticos cada curso que pasan? El profesor es el centro de atención de todas
las personas que hay en el aula. Encima del atril o de pie, está visualmente
por encima de l@s alumn@s y genera subconscientemente una superioridad moral.
Lo que dice el maestro y el libro de texto es la verdad. (Recordemos que no
aceptarla equivale a sacar un cero o ir al rincón de pensar…). ¿Por qué
explorar por mí mismo si sólo hay una respuesta posible y la tiene el/la
profesor@?
Competir es una acción que se
pretende asociar con el progreso y la mejora social y con la naturaleza de la
vida (a lo Darwin…) pero que en realidad encierra una zancadilla grupal, que
nos ponemos l@s un@s a l@s otr@s. El que levanta la mano primero es sujeto de
la envidia de algún@s, humillación de otr@s, encasillamientos en roles (el
empollón…). Da sentido al éxito y al fracaso, los dos grandes hitos de nuestro
propio y pobre sueño americano. Competir en este sentido es aceptar una lucha
cuyas reglas no hemos decidido ni nos va a reportar una verdadera felicidad
personal.
Todos somos iguales.
Ahora sí que lo somos, gracias en
parte a la escuela. Iguales en preferencias musicales o moda, iguales en la
manera de comunicarnos o entender la vida… Pedro García Olivo habla de la
subjetividad única, una uniformidad interior que estandariza las mentes y
mercantiliza las vidas. Nos convertimos en productos que salimos de una cadena
de montaje llamada escolarización. Durante el proceso se liman caracteres, se
aprietan los tornillos de la conducta, se dirige la atención a base de pizarra
que refleja realidades, historias, números o palabras tan extrañas como lejanas
a la propia vida. El indígena que pierde su cultura es un ser perdido. Nosotros
en occidente no sabemos que tuvimos una cultura y que la hemos perdido.
Son algunos de ellos, pero hay
muchos más. Holt o Ilich ya los identificaron hace mucho tiempo de forma
magistral, pero el curriculum oculto sigue ahí, en nuestro sistema educativo
moldeando cuerpos y conciencias. Después de haberlo pasado, tenemos la
oportunidad de ser conscientes de lo vivido y expresar hoy plenamente nuestra
libertad de ser, pensar y decidir para que nuestr@s hij@s no pasen por lo mismo.
¿Escuela pública para tod@s? Si es como hasta ahora, yo no la quiero para mi
hijo.
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